lunes, 28 de octubre de 2013

Esperanza

Se levantaba cada mañana deseando leer sus letras aunque sabía de sobra que no eran para ella. Él escribía al amor perdido hacía unos años, a la que lo dejó vacío,  hundido en la soledad de su propia burbuja de la que juró no salir nunca más. Sus letras se perdían por la red, se expandían, llegaban a miles de millones de rincones alejados del universo pero nunca supo si su amada las leía. 
Kathrine Renne, Watkins

Ella sin embargo las coleccionaba en silencio, las unía, las mezclaba, le daba la vuelta a los textos buscando que surgiera su nombre por algún sitio, pero nunca daba con él, su nombre nunca aparecía, siempre faltaba alguna letra, a veces una, otras veces era otra, pero nunca podía formar su nombre completo. Tampoco conocía el de aquella a la que envidiaba, él nunca pronunció su nombre. Escribía palabras de amor y pedía nuevas oportunidades cada día, gritaba bilis a través de la tinta, rogaba  a los dioses que se la trajeran de vuelta y ella desesperaba y jugaba a cambiarse el nombre por el de otras mujeres, pero jamás aparecían las letras del nombre que elegía… comprendió que su destino era pasar la vida pegada a aquellas letras, bucear entre signos, hacer garabatos con los grafismos y compaginar unas y otras hasta dar con el nombre. Poco antes de morir ese día, ese fatídico día, él escribió sus últimas palabras y ella lo leyó, por fin lo leyó,  y se lamentó de haber sido tan tonta: Esperanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario