sábado, 22 de octubre de 2016

El Vitor, en Cuenca

Hacía un frío del carajo... Toñi llevaba tiempo pidiéndome que fuera a pasar un fin de semana a su pueblo y este puente con la fiesta de la Inmaculada, sus fiestas del Vitor, era la ocasión ideal. Nunca había estado en Cuenca y salir de mi zona de confort de Madrid era toda una aventura, pero buff para una canaria poco acostumbrada a estas temperaturas... su hermano y cuñada me recogieron a medio día el 7 de diciembre y a partir de ahí me puse en sus manos. Nunca me gustaron las fiestas populares ni las aglomeraciones, las fiestas religiosas de gran tradición me dan respeto, pero no soy nada practicante, es más muchas las quitaría del calendario. Pero desde que me metieron en volandas en iglesia de Horcajo de Santiago... madre mía el pueblo estaba allí en peso... La tradición manda que el estandarte de la virgen salga la noche del día 7 a caballo por todo el pueblo hasta la tarde del 8 cuando es devuelto a su lugar. La Iglesia a rebosar de habitantes, lugareños y los que viven fuera y regresan a casa esos días, para algunos más importante que la propia Navidad. Es tal la devoción a la virgen, que los portadores del estandarte están esperando años para poder llevar la imagen a caballo por las calles sin parar las casi 24 horas. Actualmente hay solicitados hasta el 2088.

Es la procesión más larga de la Cristiandad. Y yo que soy dada a las emociones humanas, no puede dejar de admirar ese sentimiento místico al ver tanto fervor e intentando avanzar entre la multitud de personas que vitoreaban sin cesar el grito de "vitor la Purísima Concepción de Maria santísima concebida sin mancha de pecado original, vitor, vitor, vitor...". 

Es una experiencia indescriptible que a los 20 años se pasó enseguida cuando empezamos a recorrer las otras parroquias, las que más me gustan y en las que no pagué ni una copa... al ser la invitada de Toñi todas sus amistades se volcaron conmigo... Fue un fin de semana de mucho frío, de poco sueño, de ligues sin futuro, de miedo ante los fuegos artificiales que me dan pavor en mitad de la plaza. Pero hoy los recuerdos vienen casi 30 años después y fui una privilegiada, me agasajaban, invitaban, cuidaban, me iban saludando y buscando por todo el pueblo. Recuerdo a los mayores haciendo tiempo en las puertas de sus casas hasta que llegara la comitiva... se les daba comida y bebida para que aguantaran la dura y fría noche a caballo. Jugaban a las cartas, al dominó, al parchís... se les oía reír, contar, acusar de trampas y alguno medio trompa al que mandar a dormir.

Nosotras casi ni pisábamos la casa, fuimos a dormir un par de horas y mi mente me la juega recordando el frío del baño, las sábanas calentitas con calentador, las estufas rurales aportando la calidez que mi cuerpo pajarito necesitaba... sin duda una experiencia brutal, con aquel frío del carajo la madrugada del día 9, cuando cogí la guagua de vuelta a casa a mi apartamento de estudiante en el barrio de Salamanca con mi calefacción central y preparando casi mi viaje al calor de la familia y la playa de Las Canteras en Navidad.©

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