miércoles, 8 de noviembre de 2017

Evanescencia, o un mundo que se volatiliza


El mensaje se puede resumir en pocas palabras: El mundo entero está consternado. Por ahora no tenemos pistas sobre el origen de este siniestro.


Encontrarse con este texto en las primeras 30 páginas del libro cuanto menos resulta inquietante. Evanescencia es una novela que no dejará a nadie indiferente. Es extraña, una no sabe dónde o cómo definirla literariamente hablando, se acuesta sobre la ciencia ficción, pero nos deja un despertar a realismo social depurado donde podemos cuestionarnos la existencia humana. La supervivencia saca de los seres humanos lo peor de sí mismos, pero también lo mejor.

Manuel M. Almeida nos regala con mucho dinamismo una novela en la que todo es una cuenta atrás, hasta tal punto que enumera sus capítulos de atrás adelante, como esas cuentas que todos conocemos de los cohetes que justo despegan al pronunciar el cero y que quizás no van a ninguna parte.


Una novela vuelta del revés, de la que van desapareciendo los escenarios, la trama y quién sabe si hasta los personajes.


Las primeras líneas mantienen al lector expectante, creando cierta atmósfera de ansiedad que nos acompañará durante toda la historia. Tensión, atención. Una historia cuyos protagonistas son prácticamente seres anónimos, de hecho solo conoceremos sus nombres en las últimas líneas del último párrafo final. Sin embargo les vamos conociendo, respetando y cogiendo cariño a medida que transcurren los días. Veintidós días y veintitrés capítulos, 165 páginas en las que sumergirnos en una vorágine que nos demostrará que lo imposible es posible. Miserias del ser humano, solidaridad, esfuerzo, esperanza, lucha, supervivencia y muerte.

Para cuando despertamos, nuestro mundo poco tenía que ver con el que conocíamos.

Durante esas primeras páginas a pesar de la dramática situación nos encontramos a un personaje hilarante, un protagonista que trata de mantener el sentido del humor hasta el final. Literariamente hablando hay momentos que el autor me recordó al recién galardonado con el Premio Cervantes, Eduardo Mendoza, en su haber también el Premio Planeta. Y al escritor británico Evelyn Waught. Ambos despliegan como en este caso Manuel M. Almeida una batería de palabras que parecen de locura, pero que a la vez te hacen reír porque comprendes lo absurdo del contexto. Un cuidado vocabulario donde el argot científico y filosófico se dan la mano. Donde las plegarias religiosas y los canticos se mezclan con ese intento humano de dar explicaciones a todo. Juegos de palabras, situaciones límite que sin embargo dan un giro casi humorístico cuando se crean comisiones, subcomisiones, comisiones de las subcomisiones… Hay que leer la novela para entender todo esto. También debo hacer referencias al estilo de H. P. Lovecraft, porque como el escritor norteamericano, se apropia de sus recursos, manipulándolos a su antojo y llevándonos al límite de forma rotunda y convincente.

Diálogos que a priori parecen un disparate, acción y sexo en su justa medida. Almeida utiliza todos los recursos necesarios para mostrarnos una novela con mucha creatividad, donde lo profano, lo religioso, lo humano, las miserias más profundas de la civilización, las creencias, los prejuicios, la dignidad humana van decayendo junto a la esperanza.

El autor lanza un mensaje subliminal con esta novela en la que una se va enfrascando entre escalofríos, derrotas, pequeñas victorias, perdón, amor que dura en el tiempo, listos que aprovechan la debilidad de la mente humana para imponerse… nos encontraremos con la vida misma en estas páginas que dejan ese agridulce sabor de no saber nada de la vida, de plantearse qué hay ahí afuera, qué hemos hecho con la evolución humana, qué nos depara el futuro incierto, y qué estúpidos somos al no valorar lo efímero del tiempo y las cosas que tenemos.

Hay mucha poesía en esta jungla de letras, mucha, que el lector no tardará en ir descubriendo. Es una novela cuyo contenido gustará a muchos y disgustará a otros, pero desde luego desde el punto de vista literario, desde la creatividad, es magistral. Es un constante juego, guiños de humor, con altas dosis de tensión que van creando ansiedad hasta el final. De lectura rápida, cargada de contenidos y pistas que van descubriendo a los personajes principales, anónimos como dije anteriormente, desprovistos de nombre, solo conocemos sus motes, además puestos por ellos mismos. Otro juego interesante que introduce este escritor, algo que induce a pensar que solo la identidad de cada uno puedo salvarnos del olvido.

La Evanescencia no era solo lo que se nos arrebataba, era también un dejarse ir, un vaciarse progresivo, un dejar de ser en lo colectivo y en lo individual. Dejarse morir…

¿Ficción o realidad? ¿Magia o desvarío?... Vuelve el Manuel M. Almeida que nos dejó a los lectores colgados con su atrevida novela Tres en raya que publicó Alba en 1998, y que fue sin duda una gran elección como finalista del Premio Internacional Alba/Editorial Prensa Canaria en 1997. Como dice la canción veinte años no es nada, pero sí una grata y buena noticia poder leer de nuevo textos publicados, porque escribir nunca ha dejado de escribir.

Podría decir mil cosas de Manolo, como le llamo a nivel personal, pero quisiera que todo eso quede precisamente en lo personal. He tratado de ser lo más objetiva posible con esta reseña, porque creo que su mérito como escritor y periodista nada tienen que ver con nuestra relación personal o profesional. Y si no, léanlo y juzguen.
Una novedad literaria de Ediciones Mercurio, ya  a la venta.

2 comentarios:

  1. Una reseña que da muchas ganas de leer "Evanescencia". Además un precioso título. Espero pueda hallar la novela en alguna librería de Las Palmas.

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  2. Gracias Rubén lo tienes disponible ya en cualquiera, pero la presentación oficial es el próximo día 14 en el palacete Rodríguez Quegles a las 19.30 h. nos vemos allí? jajajaja

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