martes, 13 de febrero de 2018

Una de guerras y vallas

Hoy quedan restos de aquella alambrada, la llamaron la `Alambrada de la muerte`, una valla electrificada que colocaron los militares alemanes entre Bélgica y los Países Bajos durante la Primera Guerra Mundial. Se calcula que murieron entre dos mil y tres mil personas en 1915, además de animales que quedaban atrapados en la trampa mortal. Hay quienes saltaban, quienes hacían túneles, o se ponían platos de porcelana en los pies para superar la corriente y no perecer electrificados… ese fue el comienzo de las muchas que vinieron después… el telón de acero, la valla de Melilla, el muro de México… ¡Qué irónica verdad!, ¡Cuántas cárceles al aire libre!..
La memoria selectiva nos hace olvidar aquellos horrores y errores que hemos cometido en nombre de los nacionalismos, la religión, la independencia o la libertad. ¿Acaso valen unas personas más que otras? ¿Vale un trozo de tierra o un dios invisible más que un ser vivo?... ¿Valen las balas más que las palabras? 
El odio, el dolor, los desastres que ocasionan las luchas armadas, jamás justificarán el grito de “abran fuego, disparen a matar, aprieten el botón”. Cambian las formas de hacer la guerra, las armas evolucionan, pero no el objetivo final de matar o mutilar, separar familias, destrozar hogares, el patrimonio cultural, corazones … y dejar discapacitados psíquicos y mentales que jamás recuperarán sus vidas… aunque sigan viviendo.


Albert Hahn representó el horror de la alambrada. Imagen publicada por primera vez en el diario De Notenkraker el 24 de julio de 1915.

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